La arraigada y extendida solemnidad de la Asunción de María, conocida popularmente como «la Virgen de Agosto» congregó durante siglos, en torno al Santuario de santa Eulalia, a numerosos romeros llegados del núcleo urbano como también de las diputaciones rurales que conforman el municipio de Totana, al igual que a otros de poblaciones próximas y de comarcas más apartadas, incluso a los provenientes de zonas de la provincia de Almería limítrofes con la Región de Murcia. Esta peregrinación se realizó durante siglos andando o en carros, acompañados de familiares y vecinos.
Se generaba un precioso tiempo de convivencia, diversión y encuentro en el regocijo y la distensión.
El desplazamiento se organizaba para estar en el Santuario la tarde del 14 de agosto, vivir esa noche en torno a la música, con cantos y bailes tradicionales, continuar durante el siguiente día y al final de la jornada emprender el regreso al punto de origen, no sin antes haber visitado en la villa de Aledo su templo parroquial, consagrado a Nuestra Señora de la Asunción. Esta práctica que tiene su umbral en fervores, piedades y devociones, ya se efectuaba en nuestra tierra desde su configuración misma como entidad urbana, fortaleciéndose por «las indulgencias plenarias y remisión de los pecados» que concedía el papa Pío IX el 2 de septiembre de 1862 a todos aquellos que visitasen el Santuario de La Santa el 15 de agosto. Arropada toda ella en la alegría, contaba, además, con el aval de una suculenta gastronomía…, pues era un tiempo halagüeño para expresar el gozo y olvidar por unos días las dificultades y durezas de la vida, especialmente del fatigoso trabajo de la tierra.
La gran afluencia de romeros se ponía de relieve a finales del siglo XIX cuando el historiador local José Mª.
Munuera señalaba que el espacio se mostraba insuficiente «para contener tantos seres como en amigable consorcio forman grupos donde encuentran un raso para acampar y bailar».
Para ordenar este flujo las autoridades locales desplazaban a representantes del Concejo que, entre otras tareas, limitasen los fuegos y el empleo de ramas de pinos para el adorno de los carruajes, animando a engalanarlos «con lentisco, murta, romero…». Esta romería tenía, entre otros, el principal objetivo de entregar al Santuario, como gesto de gratitud a santa Eulalia, las ofrendas por las cosechas obtenidas y cumplimiento de promesas.
En la década de 1940 y a fin de organizar la presencia de fieles en el paraje, cada domingo del mes de agosto se le asignaba para peregrinar a una de las diputaciones rurales de Totana (Lébor, Raiguero, Paretón, Viñas, Huerta…) además de a poblaciones del campo de Cartagena y de Lorca en donde este fervor tiene un hondo calado.
Con la mecanización del campo y la desaparición de los carruajes, esta romería fue decayendo a partir de la década de 1960, conservándose concretas manifestaciones.
A pesar de ello, en esa ocasión siguen acudiendo innumerables devotos al Santuario.
Aunque esta estancia se realiza durante periodos más cortos de tiempo se puede disfrutar de la oferta hotelera y culinaria del enclave y de los alrededores. En refrendo del positivo ambiente que se vivía resuenan algunas anécdotas en las que se señala que los más jóvenes solían provocar leves trabazones en los carruajes a fin de dilatar la partida.
Por otra parte, al pasar por Totana de retorno a sus lugares de procedencia, paraban en la plaza para ejecutar algunos bailes frente al templo de Santiago. Esta fecha no es un referente caduco, sino que, a su influjo, enraizados en la reminiscencia de esa larga usanza, tienen lugar los principales periodos vacacionales de la población, con un importante parón en la actividad laboral, una etapa necesaria e imprescindible para el esparcimiento.
Otra conmemoración afianzada en Totana gira en torno a la devoción a san Roque, celebración que la Iglesia oficia el 16 de agosto, con lo que fue frecuente que, en esa fecha, un «inmenso gentío, de todas las clases sociales», visitasen el pequeño templo en el que se venera a este protector de epidemias.
Esa oportunidad era aprovechada, según relata el historiador local José María Munuera en 1894, para refrescarse «en los cafetines que se establecen y a proveerse de las indispensables pajaritas del santo en los diversos puestos que se improvisan».
Estas pajaritas (una especie de mazapán del que el indicado historiador relata «que dejaban bastante que desear») debieron ser el antecedente de las características «guitarras» (galletas imitando esa forma) que se repartieron posteriormente, y cuya costumbre llega a nuestros días.
Sin embargo, «las guitarras de san Roque» se distinguen por una delicada elaboración y exquisito sabor, un regalo con el que la comisión encargada de organizar los actos agasaja a los que concurren a honrar al peregrino de Montpellier. Juan Cánovas Mulero