Los últimos días del mes de junio tienen para Totana la evocación de la intensidad de la desgracia sufrida por sus vecinos en esas fechas.
Fuertes borrascas, acompañadas de aparato eléctrico y aguaceros, alimentando las diferentes vertientes que confluyen en la rambla de La Santa, provocaron durante siglos desbordamientos, pues la poca profundidad de su cauce no admitía tales excesos, perjudicando propiedades y aniquilando vidas. El 27 de junio de 1877, al caer la tarde, se desató en el municipio una intensa tormenta, asistida de «agua, granizo, rayos y truenos» que asoló cosechas, arruinó infraestructuras, edificaciones y causó víctimas.
El historiador José María Munuera escribía una reseña indicando la realidad de tan fatal circunstancia.
Este acontecimiento que originó importantes daños, conocido como «rambla de san Zoilo», quedó grabado en una inscripción que existió durante más de un siglo colocada en la fachada del inmueble en el que estuvo situado el Banco Español de Crédito, junto al Puente.
En ella se podía leer «El 27 de junio de 1877 las aguas de la avenida subieron hasta la parte inferior de esta lápida.
Ocasionaron la muerte de cinco personas y destruyeron varios edificios y propiedades».
En Cuadernos de La Santa 2009, Jesús González publicó un documentado y relevante artículo a partir de la experiencia de un testigo directo de este calamitoso hecho. El 26 de junio de 1964, ochenta y siete años después, volvía a repetirse la tragedia.
Una potente borrasca anegaba con sus aguas esta tierra, produciendo un hondo penar en los 14.600 habitantes que residían entonces en el municipio.
El devastador empuje de las desbordadas aguas de la rambla, que atraviesa el núcleo urbano, arrasaron con su fuerza todo lo que encontraban a su paso, dañando gravemente las construcciones del entorno, así como algunos negocios y establecimientos comerciales, derrumbando, igualmente, la ermita de la Cruz de los Hortelanos que desaparecía con aquella furia.
Unos días más tarde, el ayuntamiento de Totana demandaba «que se declarase riesgo catastrófico a raíz de dicha inundación», comenzando a partir de entonces la planificación de actuaciones de cara a su canalización, ahondando el cauce y levantando muros de contención que evitasen futuros aluviones.
La corporación municipal reconocía, en julio de ese año, el gran esfuerzo realizado por la población en general, bomberos de Murcia, sanitarios, guardia local…, solicitando «medallas de salvamento de náufragos» para los vecinos «Francisco Zamarreño Cayuela, Andrés Martínez Martínez, Domingo García Molina, Juan José Romero Millán y Juan Morata Cayuela que con riesgo de sus vidas salvaron a varias personas las suyas en momentos en que las avenidas de agua eran más peligrosas». Transcurridos los primeros momentos e iniciados los trabajos imprescindibles para volver a la normalidad, los esfuerzos se centraron en consolidar un proyecto que hiciese posible la solución del problema, consiguiendo en julio de 1969 que se adjudicasen las obras, cuya recepción tenía lugar en la primavera de 1972. Juan Cánovas Mulero